En griego la palabra “pentecostés” (pentékonta) significa cincuenta, su similar en hebreo es “shavuot”, y era una referencia a la cantidad de días transcurridos desde la Pascua, ya que en los tiempos de Jesús, los hebreos, celebraban una fiesta que proseguía a la fiesta de la Pascua, específicamente cincuenta días después de estas, y se denominaba la fiesta de la cosecha (1), recordando el tiempo en que el pueblo de Dios vagaba por el desierto, sin lugar para sembrar, hasta que entraron en la tierra de Canaán, la tierra prometida, donde pudieron establecerse, sembrar y tener su primera cosecha. Imaginemos la alegría que esto significó para ellos, por fin podían comer un pan sembrado, cosechado, molido, amasado y cocido por ellos mismos, era una señal de seguridad, de libertad, y de profundo agradecimiento a Dios.
En el contexto del Nuevo Testamento, esta celebración, con su origen en el Antiguo Testamento, adquiere un nuevo significado entre los cristianos, ya que en este tiempo, fue el tiempo elegido por Dios, después de la resurrección de Cristo, para hacer descender su Santo Espíritu sobre los Apóstoles, sobre la Iglesia naciente y animarlos a continuar siendo testigos de Cristo, en su ciudad, en las zonas cercanas y hasta lo último de la tierra, (2) era esta una señal más de seguridad, libertad y convicción de vida centrada en Jesucristo.
Una de las características de este memorable día de Pentecostés, es que todos estaban unánimemente juntos, y bajo esa condición, y en oración, vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo (…) (3).
El poder del Espíritu Santo en aquel día trajo como consecuencia una transformación de los pensamientos y actitudes de todos aquellos que unánimemente juntos, esperaban en el Señor. No en vano escogió Dios ese día tan particular para esta magnífica expresión de su poder y gloria, la fiesta de la cosecha, Dios sabía que ya era el tiempo y lo que Jesucristo sembró debía dar frutos, ¡y vaya qué frutos!, los miedos y las angustias fueron disipadas, y una nuevo lenguaje apareció en cada uno de los que allí estaban; para los que no entendían, estos parecían borrachos, pero con asombro muchos entendieron en su lengua materna las buenas nuevas de Cristo, y por el discurso de Pedro se convirtieron más de tres mil personas (4).
La transformación en nuestras vidas, cuando somos llenos del poder del Espíritu Santo, no solo nos lleva a tener la fe y la confianza necesaria para alcanzar metas, sueños, o solucionar problemas, sino que también esta asociada a la capacidad y a nuestra disposición de dar frutos. Porque no todo es recibir sino también tenemos que dar (5). Cuando nos llenamos de Espíritu de Dios, todo temor desaparece, porque su deseo es que seamos transformados de gloria en gloria, y para alcanzar esto debemos vivir con esperanzas, lo cual va a consolidar nuestra fe, ya que sin fe no podemos agradar a Dios (6), y si no agradamos a Dios es poco probable que podamos alcanzar sus bendiciones.
El Espíritu Santo nos permite entender que una vida sin Jesús es una vida vacía, que hay un gran poder de transformación cuando creo y digo que “todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (7), y que nunca se debe apagar esta pasión por conocer más de Dios, hay transformación en nosotros cuando vivimos lleno de su presencia; porque cuando estamos llenos de su presencia los mayores milagros ocurren, todo se resuelve, volvemos a la paz que siempre anhelamos tener.
Una vida sin frutos, es vanidad, debemos entregar a Dios lo que Él desea que demos, bien sea nuestro tiempo, nuestra disposición, nuestras actitudes, nuestras ofrendas, nuestros diezmos, nuestro esfuerzo y trabajo. Debemos atender el llamado que nos está haciendo, llamado que se basa en sus promesas, estas promesas se definen en el perfecto carácter de Dios, quién no cambia (8), quién es amor (9), justo (10) y perdonador (11), prometió la venida del Espíritu Santo para darnos poder (12), ese poder que viene de lo alto para ayudarnos también a permanecer unánimemente juntos, como iglesia, en armonía, porque cuan bueno y cuan delicioso es que habiten los hermanos juntos en armonía (13), para mantener la fe, animarse los unos a los otros, para participar como congregación de una manera activa en los planes evangelísticos de nuestra iglesia y de cualquier otra actividad de edificación del Pueblo de Dios, Cuando llegamos a este nivel, y nos damos cuenta que ahora estamos haciendo actividades o tenemos pensamientos o sentimientos tan diferentes a nuestra anterior vida sin Cristo, nos damos cuenta que valió la pena, podemos decir abiertamente y con gozo: ¡El Espíritu de Dios está en mí y me ha transformado! Y vamos caminando así de gloria en gloria, como lo desea el Señor.
Cuando admitimos que Dios nos ha transformado, en lo más íntimo de nuestro ser lo que estamos diciendo es: ¡Gracias Señor por tu misericordia! La transformación que trae a nuestra vida conocer a Jesús y aceptarle nos llena de esperanza y fe para seguir adelante. La transformación que trae la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas nos lleva a caminar sin miedo, de cara al futuro, porque nuestra provisión viene de Dios.
Y en este, caminar, asidos de la mano del Señor, vamos viendo con asombro como los argumentos que el enemigo pone en nuestras vidas para desistir de esta “nueva” vida, se desvanecen, todas aquellas ataduras que nos limitan, y las enfermedades, son erradicadas, los problemas que a nuestro parecer son muy difíciles de solucionar se resuelven de una manera sobrenatural.
Créele al Señor, créele a Él en este día, cree en su transformación y se transformado por Él, escrito está: “Encomienda a Jehová tu camino, y confía en Él; y Él hará” (14), y el gran día de Pentecostés llegará a tu vida.
Citas Bíblicas
(1) Hechos Éxodo 23:16
(2) Hechos 1:8
(3) Hechos 2:1-4
(4) Hechos 2:41
(5) Gálatas 6:7
(6) Hebreos 11:6a
(7) Filipenses 4:13
(8) Santiago 1:17
(9) 1 Juan 4:8
(10) Salmo 11:7
(11) Efesios 1:7
(12) Hechos 1:8
(13) Salmo 133:1
(14) Salmo 37:5
Por: Iván Berroterán
Vía Ivan Berroterán 29/05/2009